domingo, 2 de diciembre de 2018

Ante La ola detenida

 

Foto y montaje: Editorial Lector Cómplice



Magdalena Yaracuy llega a Caracas con una misión encomendada en Madrid: hallar a Begoña, una chica que solo deja un rastro fantasmático en los espacios sórdidos de una ciudad donde la muerte y la traición son entidades omnipresentes que se mantendrán desde el principio hasta el final de La ola detenida, la novela más reciente de Juan Carlos Méndez Guédez. Magdalena es una detective que, aparte de sus aptitudes como investigadora, rinde culto a María Lionza, deidad que reina en la montaña de Sorte, en Yaracuy, de allí tomó el apellido que, al igual que su nombre, es un seudónimo.
Juan Carlos Méndez Guédez orquesta en este thriller una historia protagonizada por una mujer combativa que no se doblega ante marcos teóricos convencionales. Con el virtuosismo de un maestro, el autor articula su historia en la desaparición de Begoña, quien puede estar muerta, y con esa hebra imbrica una trama donde el suspenso y la acción van desmembrando el (des) orden establecido sobre ideas heterodoxas. La belleza estilística de la obra y el uso impecable de los elementos formales revelan el trabajo y la conciencia del lenguaje, esenciales en el oficio de escritor, y conforman una pieza magistral.
El autor recrea, de manera extraordinaria, una atmósfera enrarecida, densa que retrata muy bien el ambiente caraqueño marcado por el nefasto gorilato entronizado en el poder que ahoga al país. La textura de la prosa descubre una fuerza sorprendente en la calidad estética y los recursos literarios que estructuran la obra, además da cuenta de la magnífica condición creativa que distingue la narrativa de Juan Carlos Méndez Guédez.
Una de las lecturas que ofrece La ola detenida (tiene varias) es el tributo que la protagonista rinde al culto marialioncero, el cual, desde su voz, se percibe profundamente femenino. La sintaxis ritual que practica Magdalena va revelando la subjetividad que dirige sus pasos y el hondo erotismo que la conecta con oscuras raíces atávicas, otorgándole fuerza y frescura insólitas, además de una cualidad hermética (en el sentido mercurial del término) que la salva y la redime en muchas situaciones arriesgadas.
Magdalena Yaracuy tiene pocos días para encontrar a Begoña, cada hora cuenta, cada minuto es una instancia letal en una ciudad atomizada, hostil. Allí las calles son un incendio de ruido y violencia durante el día, mientras que en la noche se transforman en un paisaje desolado en el que se anida el mal en todas sus expresiones. Sin embargo, la detective se interna en ese laberinto urbano manchado con los ojos del tirano que acecha desde cada pared los vestigios ruinosos que quedan de su pobre circo pestilente.
Las aristas de ese mundo, que pertenece casi por completo al dominio masculino, tratan de minar las investigaciones de Magdalena Yaracuy que, no obstante, con sus patadas certeras y la protección de la reina, logra evadir las esquirlas que intentan rodearla en esa Caracas violenta, que ella percibe oscura y llena de miasmas.
La Magdalena detective, bruja, musa sensual y mujer lúdica, sabe amalgamar muy bien sus licencias para sobrevivir bajo la aporía urbana que amenaza con asfixiarla. De esa forma utiliza la ironía, por ejemplo, en algunas escenas y las convierte en encuentros lúdicos que le otorga un aura transgresora (deliciosamente) atractiva, que reta las convenciones y engancha de inmediato.
En La ola detenida el autor logra caracterizar, de manera hermosa, la voz femenina, con sus percepciones y la dimensión psicológica como elementos consustanciados del personaje. De la mano de Magdalena recorremos los costados de imágenes y metáforas para atisbar, desde la ficción, los desencuentros de la realidad en una ciudad que mantiene un secreto comercio con seres sobrenaturales, armas de fuego, drogas y terrores urbanos.

Les Quintero

Cueva de Montesinos, 2 de diciembre de 2018 


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