martes, 29 de agosto de 2023

Negro muestrario de Tu muerte es mi vida

 




Por Ramón Rivas Pulido



Muchos narradores, otros artistas, y hasta deportistas, suelen irritarse cuando se les define como «muy técnicos», como si el hecho de ceñirse a los principios básicos del arte o disciplina en cuestión, y mantener una correspondencia simétrica entre la escena que se prefigura y los términos y recursos que se emplean, fuese un lunar que afeara su actuación. Yo creo que no es así. Autores que en su momento fueron considerados como innovadores, ajenos a los establecimientos, si uno los lee en la totalidad de su obra, encuentra que sus diseños aparentemente crípticos se sujetaban a una elaboración pragmática, y así, esa probable oscuridad sería solo un manto, una tiniebla aparente para deleitar a sus pretenciosos lectores; digamos Joyce, Faulkner o Franz Kafka.

La autora que celebramos construye su novela, un policial contemporáneo, con un andamiaje que permite, al flujo de incógnitas, aparecer gradualmente mientras avanza la investigación. Al terminar la lectura nos hallamos, no sin algún engreído regocijo, que la autora hace una prolija ordenación de reconocimientos, de investigaciones y consultas, demostrando lo que habíamos intuido: estamos ante una escritora seria, profesionalmente responsable; de modo que el reconocimiento de esta novela, y el juicio que de ella hace el comentarista, solamente serán determinados por el único factor posible: el tiempo. Otro acierto, a nuestro juicio, es el respeto por el subgénero: TMEMV es un policial de principio a fin, distinto de muchas novelas recientes que prometen ser, por ejemplo, una narración histórica y terminan en un furioso manifiesto político; o una novela de misterio trocada en muestrario de brujería tropical, y hasta el consabido culebrón romántico devenido en un porno edulcorado. La autora estructura el corpus en quince capítulos enumerados en romanos y un epílogo, con precisiones de día y hora. Antecede también cada capítulo con un epígrafe alusivo al contenido; aparecen entonces citados escritores de las más variadas épocas y géneros, pero bien relacionados con el argumento parcial. Algunos son: Strieber, King, Yagüe, Méndez Guédez, Centeno; hasta Melville, Baudelaire, Bonnet, Poe, Auster. Es, como se ve, un trabajo minucioso.

El diseño implica dos marcos referenciales, uno más amplio que el otro. La novela muestra inicialmente un margen exterior, la existencia de un asesino en serie, diez mujeres en cinco meses, que por sus procedimientos y perfil de víctimas ha merecido un sórdido epíteto en la prensa especializada: El Tasajeador, y un núcleo argumental interior que va creciendo hasta hacer suponer a los lectores que en algún momento de la historia ambos ejes temáticos se encontrarán: un médico ginecólogo es acusado de abuso sexual por una paciente de inusual dentro del rango victimológico, una mujer relativamente mayor, experimentada:

      «Una señora que ya tiene un prolapso no es ninguna principiante».

Se suman a ello los detalles de la dinámica interna de una clínica de alto desempeño: ambiciones, celos profesionales, competencia, lealtad y deslealtad. El personaje, Saúl Ríos, médico con veleidades artísticas, es un trepador social, un seductor que conoce sus posibilidades y las emplea sin distinciones; ha sido amante de la madrastra de su esposa, también doctora, y su cálculo no desdeña a una de las medio hermanas: «He hecho ejercicios de abstracción imaginándome que la busco para decirle que quiero una relación con ella, y tengo la seguridad de que me aceptaría». La situación de Saúl tiende a complicarse cuando esta desaparece del sanatorio donde estaba internada por razones de salud emocional, y los videos muestran que salió en el carro de él. Entra en juego el protagonista masculino, Victorino Valerio (de quien la autora nos promete una serie) contratado para demostrar la inocencia, o al menos la no responsabilidad de Saúl Ríos. «Mi trabajo es descubrir quién quiere involucrar a Saúl en la desaparición de Elisa y demostrar que él no estaba en el auto que la sacó del sanatorio.».

      La caracterización del detective es amplia y antecedida, en función de justificar coherentemente sus actuaciones y razonamientos. V.V es el encargado de una armería, detective privado, hombre con un pasado personal y familiar que la autora describe. 

La autora mueve la visual narrativa desde diferentes personajes: Saúl, Victorino, Isabel; incluye razonamientos de otros actantes, creando así una multiplicidad de interpretaciones acerca de un mismo suceso. Sabemos que tal estrategia es laboriosa y acredita plenamente la afirmación que ella hace en relación con los dos años que le tomó la escritura de esta novela.

En varios personajes principales están presentes los desequilibrios, fantasmagorías o ataques de pánico, una característica de nuestros tiempos. Al final, con una muy buena gradación de la tensión dramática, conocemos la insospechada identidad de la persona que perpetró los crímenes, la vindicación de sus actuaciones y su decisión postrera:

       «Todos somos ángeles caídos, tú lo sabes.».

      Estaremos atentos con el desarrollo de esta saga.

 

J.R.P


Negro muestrario de Tu muerte es mi vida

  Por Ramón Rivas Pulido Muchos narradores, otros artistas, y hasta deportistas, suelen irritarse cuando se les define como «muy técnicos», ...