Cada vez que abro un libro siento que estoy accediendo a una región inédita que, por una o varias razones, me permite atisbar intersticios de otra realidad. No mencionaré las zonas de sentido soporíferas de las que huyo de inmediato, voy a referirme a lecturas que, desde el principio, modulan la realidad de una forma distinta, aterradora o hermosa, sombría o diáfana, pero siempre cautivadora, como Manos de lumbre, el trabajo literario más reciente de Alberto Chimal. Este volumen de seis relatos es un poderoso imán que ofrece tantas lecturas como realidades solapadas en cada uno de sus escenarios.Los Leones del Norte inaugura este tomo con el soliloquio del maestro García, apenas interrumpido, que da cuenta de una vida profesional convertida en un palimpsesto miserable. El viejo autor que rumia su mediocre catástrofe personal, lo hace en medio de una atmósfera lúdica, allí la ironía pone en tela de juicio las nociones de creación y creatividad. ¿Denuncia la impostura ante el plagio velado de muchos escritores o se burla de sí mismo? Quizá haga ambas cosas mientras se dirige, tembloroso, hacia su final.El ritmo de Los Leones del Norte me condujo de inmediato al segundo relato: Una historia de éxito. Aquí hallamos la crítica pertinaz a través de la voz narrativa, esta revela un guiño de la fatalidad tratando de romper la costra de la cosificación que rodea a una familia embrutecida, cautiva en el sinsentido de una sociedad alienada. Pero, como postula aquel verso maravilloso de Mallarmé: una tirada de dados jamás abolirá el azar.El hilo conductor de estas narraciones empalma con Marina, un cuento extraordinario sobre el deseo juvenil y portales de lo desconocido. Chimal aborda esta historia desde una voz que, como en la hipnosis, nos guía lentamente hasta el extrañamiento que irrumpe en una habitación fantasmática y aplasta, con su peso ominoso, el deseo sexual de un ingenuo adolescente.La segunda Celeste es una historia conmovedora y aterradoramente posible. La transgresión del orden establecido convierte la vida (finita) de Celeste en un proyecto de longevidad inaudito. La ciencia, con la frialdad que la caracteriza, experimenta en los dominios de la muerte, allí donde los valores éticos y las convenciones estéticas colindan con el horror. Ya no se trata del monstruoso Frankenstein creado en el anonimato de un laboratorio ficcional. En La segunda Celeste, articulada en la sociedad actual, las multinacionales, con el poder inimaginable que poseen, pueden patrocinar formas de inteligencia, o conciencia, como la llama el autor, que están «más allá del bien y del mal», aunque no pueden escapar de la incertidumbre ni de las paradojas. La alteridad queda enmascarada bajo el barniz científico y transforma a este relato en un escalofriante proyecto que, quizá, ahora mismo se está realizando en algún exclusivo centro hospitalario.Aún con la taquicardia que me produjo La segunda Celeste, ingresé a un Final feliz. Este relato se encuentra en una blanca oficina donde un hombre, aquejado por un malestar, busca ayuda en el jefe (y amigo) que lo confronta con su homosexualidad. Una vez más asistimos a una puesta en escena trazada con un fino humor que, no obstante, muestra al personaje como un fraude incapaz de confrontar(se), pero capaz de actuar como un embaucador que se estafa a sí mismo.Este volumen, que leí de un tirón, cierra con Voy hacia el cielo. Esta inquietante historia remite a una indagación en la locura, a una búsqueda y rechazo de lo inexplicable. Los diálogos y reflexiones permiten percibir la violencia larvada que subyace en los escenarios magistralmente recreados por Alberto Chimal, y revelan la contingencia de un mundo insondable.Manos de lumbre contiene en sus páginas seis universos autónomos, ellos des-cubren que lo fantástico existe en las visiones huidizas de la realidad cotidiana, la cual no es más que la suma de un esfuerzo titánico por hacerla verosímil, coherente, encorsetada con el rigor de la lógica y la razón implacable para no enloquecer en medio del misterio diario en el que nos desenvolvemos.Les Quintero
Cueva de Montesinos, 30 de julio de 2019
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