jueves, 27 de septiembre de 2012

Caracas muerde: el ascenso del miedo




Yo quiero decir que tengo mucho miedo. 
No sé por qué tengo ese miedo, pero eso es todo lo que tengo que decir. 
Virgilio Piñera. 

El miedo está cargado de connotaciones peyorativas, asociado con la cobardía, y hasta con la bajeza del espíritu. Sin embargo, en Caracas muerde, treinta crónicas urbanas recogidas por Héctor Torres, el miedo es el hilo unificador del discurso narratario. Desde la imagen del perro que ilustra la portada, quien puede ser Manchas, el sobreviviente solitario de un atropello en plena madrugada, Héctor va dando cuenta de una sociedad fracturada por la violencia, pero que también baila al ritmo del reguetón. Estos movimientos contrapuestos, dan paso a una inversión de valores fundamentales, y la vida de muchos de sus protagonistas desemboca en la apatía, la insensibilidad, la imprudencia y el egoísmo, entre otros aspectos que Héctor Torres explora en cada crónica. 

Caracas muerde puede verse como un portafolio colmado por las imágenes de una película que rueda día y noche. Cada imagen inmortaliza escenas donde la identidad de las personas, aturdidas por la potencia del caos caraqueño, se diluye en la desconfianza, el anonimato y el miedo. La violencia urbana encuentra una nueva sintaxis en la cobardía, y Héctor Torres la registra en diversas actitudes, acciones y estereotipos urbanos, desde una perspectiva enfocada sobre un contexto atomizado por la inseguridad social. 

Caracas muerde también se puede leer como un texto que interroga y, al mismo tiempo, cuestiona la posición quietista de una parte de la sociedad traslapada en una resignación que se asienta en la comodidad, en la trivialidad de la moda, y el interés pendular que oscila entre la indiferencia (ese es su problema), y la insensibilidad absoluta, como el caso de Manchas, el perro que es atropellado en la madrugada y pasa una semana tirado en la acera (expuesto al sol y la lluvia), bajo la mirada de los vecinos que son incapaces de ayudarlo, a pesar de sus supuestas buenas intenciones, lo cual demuestra la falacia de la caridad urbana. 

Se sobrevive por instinto, y este instinto es quien dibuja trazos incoherentes y angustiados en el humo caraqueño, en la ausencia de autoridad, en la desintegración social. Caracas muerde es la puesta en escena de una crisis que abarca el mundo particular (porque la piedad no nace de una ley moral sino de un instinto propio), y el de la ciudad en guerra, donde la voluntad parece aniquilada, y la existencia se desplaza sin objetivos claros, sin un proyecto de vida. 

En el trasfondo de cada crónica se puede leer un cuestionamiento hacia el ritual vacío del lugar común, del lenguaje tullido de las chicas plásticas, del malandro, de las tribus del este y del oeste, hermanadas por la frivolidad de las modas. El hilo que registra los referentes de la topología urbana se precipita hacia lo banal, hacia el aspecto más negativo de la existencia donde no hay reflexión, sino cliché, opinión, y una mutilación del lenguaje que lleva al ser a ocultarse en el miedo, en el silencio, en el gesto mudo del que ya no tiene nada que decir. 

En Caracas muerde, Héctor Torres realiza un arqueo de ilusiones, arbitrariedades, y miedos conviviendo en una urbe casi irrepresentable. Los referentes de Caracas muerde, señalan cómo la expresión anárquica irrumpe y se adueña de los espacios urbanos, desarticula las relaciones y la posibilidad de pactar con una ciudad refractaria que se debate entre la violencia de las calles y el silencio, porque ser víctima no es una elección. 


Caracas muerde está publicado bajo el sello editorial Puntocero (2012)

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