martes, 27 de septiembre de 2011

Ficciones de El amor en tres platos


La narrativa es la guardiana del tiempo.
Paul Ricoeur. Tiempo y narración.

En un comentario vía Facebook, Héctor Torres me comentó que su libro de cuentos El amor en tres platos, es “poco comentado y conocido”. Esto me sorprendió, porque es un libro que contiene catorce cuentos excepcionales, donde el tiempo, tanto en la vigilia como en el universo onírico, y en los mundos fantásticos de un perro y una araña (alguien vio allí un gusano, yo vi una araña), se convierten en la sustancia que articula cada historia. Ahora bien, hablar de tiempo, de esa sustancia ineluctable que nos constituye, también es hablar de la muerte y conciencia de finitud, Héctor Torres transforma estas concepciones filosóficas en la materia prima para amalgamar cada narración. Debo acotar que este carácter no convierte los relatos en galimatías o postulados ininteligibles. El autor se vale de licencias y recursos estilísticos para ofrecernos un repertorio de cuentos perfectos, sugerentes, fascinantes, colmado de historias que cautivan desde su inicio.

Comentar cada uno de los cuentos de El amor en tres platos, requiere un análisis más extenso que, por razones de espacio, no es conveniente hacer en un blog. Por tanto, comentaré de forma general, dos de ellos. 

Héctor bucea en las profundidades del tiempo onírico, hasta encontrar los ángulos que conectan con el tiempo real, y en esa dinámica, en esa búsqueda y exploración entre las fugaces membranas de una realidad o realidades paradójicas, se opera una renovación en el discurso narrativo.

En el cuento Yo tampoco escogería mayo para comenzar, el autor avanza hacia una propuesta audaz, donde no invita al lector a participar, sino que lo introduce de lleno en una historia que narra un homicidio en medio de la noche, y el lector ya no es un espectador que observa las acciones desde la distancia que le ofrece el texto, porque se convierte en cómplice del asesino, quien ejecuta su trabajo de forma impecable, fría, calculada y sin emoción. El criminal ha perdido interés en su trabajo, ya no siente el entusiasmo de los primeros años. El discurso se vuelve provocador cuando el personaje principal comienza a luchar contra el narrador para desplazarlo, y trata de obligarlo a desaparecer de su historia, porque solo él como personaje principal tiene derecho a contarla en primera persona. Sin embargo, pierde esa batalla y el narrador se cuela de forma tan subrepticia como lo ha hecho el mismo asesino al penetrar en la vivienda del hombre que va a matar. Esa provocación discursiva continua, cuando el criminal incita al lector a recrear la acción en la que un hombre es acuchillado en su propia cama:

 “Te doy la libertad de la golosa opulencia, después de todo es tu primer asesinato… Anda, recréala, llénala de espanto, de detalles grotescos…, escoge el lugar donde clavé el cuchillo, mira la sangre liberarse, telúrica y desesperada como un orgasmo”.

El asesino anónimo culmina con una reflexión que evoca al tiempo:

“No te aflijas; en los complejos ciclos de los hombres, en los herméticos designios de sus destinos, nada tiene una época o una edad fija.” 

En las trazas discursivas se pueden rastrear la reflexión y la experimentación del autor, lo que supone varios niveles de lecturas, creo que no es temerario afirmar que estas acciones se pueden interpretar de varias formas. Desde un enfoque particular, lo comprendo como empeño por construir un contexto narrativo donde la estructura convencional del relato se desmarque de las instancias usuales que gobiernan el universo textual. Para lograrlo, integra al lector como un personaje más de la trama, mientras que el personaje principal intenta desplazar al narrador.

En esta misma línea se encuentra El personaje perfecto, un cuento extraordinario donde Héctor Torres, un vez más, somete la lógica del discurso a torsiones extremas. Aquí muestra una realidad quebradiza, llena de fisuras por donde se cuela la ficción a cada instante. El tiempo de El personaje perfecto aparece intervenido por un doble juego, donde su carácter lineal es una apariencia que se superpone a las espiras del tiempo cíclico del hombre que muere al ser atropellado por un auto. De nuevo, la realidad muestra la multiplicidad de sus velos que al apartarse un poco permiten entrever algo de la riqueza fantástica que nos circunda. En el preciso instante en que se pliegan por algún borde, un personaje cruza los umbrales de esa ficción y no ve el auto, absolutamente real, que se le viene encima.

La belleza y la profundidad de los cuentos de El amor en tres platos, constituyen una suerte de caleidoscopio a través del cual la imagen se manifiesta en un juego de escenarios dobles y tiempos cambiantes que van construyendo nuevos contextos, mientras la mirada del otro aparece para recordarle al personaje y al lector, la dualidad que integra sus mundos subjetivos.

El amor en tres platos fue publicado bajo el sello editorial Equinoccio (2007)

Héctor Torres también ha publicado:
Trazos de asombro y olvido (Senderos Literarios, 1996)
 Episodios suprimidos del manuscrito G (Baile del Sol, 1999)
 Del espejo ciego (Blacamán Editores, 2000)
La huella del Bisonte (Editorial Norma, 2008)
El regalo de Pandora (FB Libros, 2011)

Si deseas contactar a Héctor Torres, puedes hacerlo a través de su Blog:

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